jueves, 11 de abril de 2013

Narcisismo patológico o la maldad en estado puro

Descubro este fantástico sitio y no puedo evitar que mi primer artículo verse sobre un tema que me llama poderosamente la atención: el narcisismo patológico y la peligrosidad que su desconocimiento encierra. Digo que no puedo evitarlo porque sería más correcto que esta columna la escribiera un psicólogo. Vaya por delante que yo no lo soy, aunque voy de camino, y nada más lejos de mi intención que transgredir con mi intrusismo el terreno que corresponde a otros. Esa es la razón por la que el presente texto aparece en la sección dedicada a la Filosofía, aunque verse sobre asuntos psicológicos.

Por tanto, una vez advertido el lector de que lo que aquí se cuenta no es más que lo aprendido en forma autodidacta por la autora, quisiera hacer una reflexión sobre los conocimientos adquiridos, ya que, por circunstancias de la vida, he coincidido con más de una persona sospechosa de padecer esta dolencia y admirada he quedado de dos cosas: el daño tan profundo que pueden llegar a causar, y el desconocimiento inmenso que la sociedad en general tiene del riesgo que implica relacionarse con este tipo de perfiles. Ello me ha llevado a profundizar en el estudio del narcisismo patológico y extraer algunas conclusiones personales sobre el tema.

El diccionario de la Real Academia Española define narcisismo como la “excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras” y también como “manía propia del Narciso”, personaje mitológico que a su vez describe como “hombre que cuida demasiado de su adorno y compostura, o se precia de galán y hermoso, como enamorado de sí mismo”. De este concepto común de narcisismo podría deducirse que el narcisista es alguien que se tiene en gran estima, lo cual no necesariamente es malo. Como en casi todas las características personales, no existe el blanco o el negro, sino un continuum a lo largo del cual se dan numerosos grados. Todos tenemos un grado de narcisismo que, en su proporción justa, no sólo es saludable, sino necesario. Es el sentimiento que nos ayuda a reconocer nuestras cualidades, sentirnos orgullosos de nuestros logros, valorarnos como personas. El problema surge cuando el rasgo narcisista se desplaza hacia el extremo máximo del continuum, momento en el que se cruza el límite que separa la característica del trastorno.

La literatura existente sobre el trastorno de la personalidad narcisista coincide al definir los rasgos que suelen caracterizarlo: sentimiento de grandeza personal no justificado por los logros o cualidades reales del individuo (✓); convencimiento de tener derecho a un recibir un trato superior al resto de personas, a las que consideran inferiores(✓); ensoñaciones poco realistas de grandeza(✓); ausencia de empatía y utilización de los demás para la consecución de sus propios fines(✓); falta de respeto a los límites personales y derechos de los demás, así como a las normas establecidas(✓); ausencia de culpa o vergüenza aunque su conducta sea dañina(✓); mentira compulsiva(✓); envidia y comparación permanente con otros (✓) y creencia de que el resto de personas le tienen envidia(✓).

Así descrito, podría parecer que el narcisista no es más que una persona muy prepotente y molesta cuyo trato implica un alto nivel de dificultad. Con ser esto cierto, la realidad es aún más grave: se trata de un perfil especialmente peligroso, debido, fundamentalmente, a su falta de empatía. Al narcisista no le importan los sentimientos de otras personas. No le importa el daño que causa o el sufrimiento que inflige. Independientemente de si se trata de un total desconocido o un familiar muy cercano, ya sea padre, hermano o hijo. En algunos casos, la falta de empatía del narcisista puede ser tan acusada que llega a ser difícil distinguirlo del psicópata. El riesgo de relacionarse con un narcisista aumenta exponencialmente si ocupa una posición de poder sobre nuestras vidas, como puede ser el caso de un jefe o un progenitor sobre un menor bajo su custodia.

Paradójicamente, se sabe que en el origen de esta conducta patológica hay una completa falta de autoestima. La persona siente que no tiene ningún valor y por ello se construye una especie de máscara, una película auto-dirigida cuya protagonista es ella en el papel de ser excepcional al que se debe rendir pleitesía sin contemplaciones. El resto de personajes (las personas con las que se relaciona) deben anteponer los deseos del narcisista a sus propios derechos y necesidades, por irracionales y desconsiderados que éstos puedan ser (y frecuentemente lo son). La actitud del narcisista es abusiva por definición: utilizará a quienes pueda, en lo que le convenga, hasta extremos insoportables, para olvidarse de ellos cuando ya no les haga falta, todo sin un ápice de culpa o misericordia.

La ira del narcisista, asimismo, es devastadora. Un gesto tan simple como poner un límite razonable a una exigencia abusiva, aunque se haga con la más exquisita educación y equilibrada asertividad, puede ser el detonante de una venganza desproporcionada. Si está en una posición de poder, esto deviene especialmente peligroso: despido fulminante, mobbing, chantaje emocional, difamación, cualquier medio es legítimo para vengar su ego dañado. Si no lo está y nos vemos obligados a seguir manteniendo una relación con él, por compartir por ejemplo ámbito laboral, tampoco debemos bajar la guardia. Si en condiciones normales aprovechará cualquier ocasión de dejarnos en mal lugar para destacar su valía, en caso de conflicto no cejará en buscar la forma de hacernos daño, ya sea magnificando y divulgando cualquier fallo menor que hayamos cometido o recurriendo, directamente, a la mentira más descarada.

Por mucho que parezca una película de terror, la realidad es que estas personas existen. Tendemos a pensar que quienes nos rodean se mueven en los mismos parámetros conductuales que nosotros. Pero esto no siempre ocurre. No siempre se puede resolver satisfactoriamente un conflicto y no siempre se pueden poder límites razonables, sobre todo si tenemos la mala suerte de estar bajo el paraguas jerárquico de un narcisista patológico. Si sospecha que ése es su caso, un consejo: no se enfrente. Y tampoco se haga ilusiones con que las cosas pueden cambiar. Lo mejor es barajar alternativas que impliquen poner tierra por medio. La única forma posible de relacionarse con un narcisista es no relacionarse. Sin más

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