jueves, 11 de abril de 2013

La soberbia del macho

Esto es casi como un chiste de léperos. Dos heterosexuales y un homosexual comparten una habitación  (camas separadas, claro). El homosexual se levanta más temprano y cuando va a desayunar uno de los heterosexuales, que se acaba de despertar y no llega a tiempo, desde la cama, le dice con tono de broma no exento de autosuficiencia:
- Si nos subes el desayuno nos pensamos lo de pasarnos al lado oscuro
El homosexual paladea la respuesta en su boca antes de decantarla con una sonrisa

- ¿Y quien te ha dicho a ti que yo quiero que os paséis al lado oscuro?
La anécdota es real y, aún en tono de broma, demuestra que vivimos en una sociedad patriarcal más que en sus postrimerías. Teniendo eso en mente son muchas las cosas que se comprenden. Ante todo la primera -y casi única- ley del varón heterosexual media que, en lo más profundo de su corazoncito, piensa que todo el mundo -y todas las orientaciones sexuales- lo desean a él en mayor o menor medida. Eso da pie a situaciones realmente hilarantes y otras que no  lo son tanto.
Entre las que no son tan hilarantes está la afirmación de que cuando una mujer dice no en realidad está diciendo si que deriva ante una agresión sexual en pretender distintas atenuaciones o eximentes no judiciales, o lo que es peor, judiciales. También explica el famoso ‘panico gay’ como medio defensa de su sacrosanta heterosexualidad en peligro que no parece residir en la parte anterior de su entrepierna sino un poco más al sur y que recientemente motivo la exención del castigo de un doble homicidio en Vigo por parte de un jurado popular. Jurado popular que estaba integrado por mujeres y hombres.
Señalo este hecho porque una de las consecuencias de esta sociedad patriarcal es que acciones o pensamientos que se aplican a uno mismo aquellos que no son hombres heterosexuales, se los aplican sin aparentes problemas, a pesar de ser razonamientos y acciones que van en contra de su propio interés, con un aparente altruismo que, en realidad, no es tal sino una educación impuesta. El hecho de que todavía se asuman con naturalidad las diferencias de cargas en el hogar o que un homosexual piense que ‘debe’ parecer ‘normal’ -siendo el canon de esa normalidad el varón heterosexual en toda su variedad- son un ejemplo de ese reflejo condicionado.
Desde este punto de partida los caminos son más excrutables, ciertamente. Se entiende por qué, entre otras cosas, el PP y COLEGAS mantienen la posición común de relegación del homosexual: el primero quiere mantener la supremacía del varón heterosexual en una imaginada pirámide, puesto que este es un ‘valor tradicional’ y por más que ese valor tradicional genere violencia de género o violencia homófoba -y otras violencias inter pares no catalogadas ni estudiadas-. COLEGAS quiere asumirse al ‘macho’ lo más posible, así que no considera que ni peluqueros, ni travestis representen al colectivo -pero sí ‘hombres’ en calesa que se bañan en calzoncillos en una fuente pública para celebrar el Orgullo, porque la calesa es ‘tradicional’, claro-.
Esa misma visión explica la homofobia interiorizada así como la misoginia y la lesbofobia que todavía nos encontramos entre los homosexuales, siendo el uso del femenino en determinados contextos de carga peyorativa la muestra más clara, o el tratamiento despectivo del rol de pasivo, asimilado burdamente al de una posición de sometimiento o sumisión, concepto claramente heterosexual y mamado en los patios de colegio y en las conversaciones e improperios, porque, claro, en la educación reglada y en la ‘formal’ -en cuanto a contenidos y en cuanto a formas- no se habla de sexo homosexual. 
Lo único que demuestra es que todavía -y confío en que esta sea de las últimas generaciones- por esa educación, todavía aspiramos, también en el fondo de nuestro pequeño corazoncito homosexual, a ser como el varón heterosexual, aunque sea un momento de locura. Incidentalmente, eso también afecta en el rechazo a la bisexualidad y a llamarlo ‘homosexualidad encubierta’ cuando, en realidad, es bisexualidad, por la sencilla razón que al hombre heterosexual los matices de gris lo tienen daltónico perdido.
Claro, hay otras situaciones hilarantes. La concepción del lesbianismo como consecuencia de la ausencia del macho, o como un juego en espera de, es hilarante por lo absurdo e infundado del concepto, pero ahí se acaba la gracia. Otra situación hilarante es que un varón de treintaymuchos pretenda ser ‘visto’ por una adolescente de dieciocho, por el simple hecho de su cara bonita, porque él es él, porque lo vale. Ese mismo concepto de homosexual como pasivo y como sumiso,  como asimilado a la mujer, hace que asuman que todo homosexual, ante la presencia de un heterosexual, desea ser penetrado y todas las bromas giran en torno a eso, y gracia tiene la justita.

Enrique Olcina

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