Por tanto, una vez advertido el lector de
que lo que aquí se cuenta no es más que lo aprendido en forma autodidacta por
la autora, quisiera hacer una reflexión sobre los conocimientos adquiridos, ya
que, por circunstancias de la vida, he coincidido con más de una persona
sospechosa de padecer esta dolencia y admirada he quedado de dos cosas: el daño
tan profundo que pueden llegar a causar, y el desconocimiento inmenso que la
sociedad en general tiene del riesgo que implica relacionarse con este
tipo de perfiles. Ello me ha llevado a profundizar en el estudio del narcisismo
patológico y extraer algunas conclusiones personales sobre el tema.
El diccionario de la Real Academia
Española define narcisismo como la “excesiva complacencia en la consideración
de las propias facultades u obras” y también como “manía propia del Narciso”,
personaje mitológico que a su vez describe como “hombre que cuida demasiado de
su adorno y compostura, o se precia de galán y hermoso, como enamorado de sí
mismo”. De este concepto común de narcisismo podría deducirse que el narcisista
es alguien que se tiene en gran estima, lo cual no necesariamente es malo. Como
en casi todas las características personales, no existe el blanco o el negro,
sino un continuum a lo largo del cual se dan numerosos grados. Todos tenemos un
grado de narcisismo que, en su proporción justa, no sólo es saludable, sino necesario.
Es el sentimiento que nos ayuda a reconocer nuestras cualidades, sentirnos
orgullosos de nuestros logros, valorarnos como personas. El problema surge
cuando el rasgo narcisista se desplaza hacia el extremo máximo del continuum,
momento en el que se cruza el límite que separa la característica del trastorno.
La literatura existente sobre el trastorno
de la personalidad narcisista coincide al definir los rasgos que suelen
caracterizarlo: sentimiento de grandeza personal no justificado por los logros
o cualidades reales del individuo (✓); convencimiento de tener derecho a un recibir
un trato superior al resto de personas, a las que consideran inferiores(✓); ensoñaciones
poco realistas de grandeza(✓); ausencia de empatía y utilización de los demás para
la consecución de sus propios fines(✓); falta de respeto a los límites personales
y derechos de los demás, así como a las normas establecidas(✓); ausencia de culpa
o vergüenza aunque su conducta sea dañina(✓); mentira compulsiva(✓); envidia y
comparación permanente con otros (✓) y creencia de que el resto de personas le
tienen envidia(✓).
Así descrito, podría parecer que el
narcisista no es más que una persona muy prepotente y molesta cuyo trato
implica un alto nivel de dificultad. Con ser esto cierto, la realidad es aún
más grave: se trata de un perfil especialmente peligroso, debido,
fundamentalmente, a su falta de empatía. Al narcisista no le importan los
sentimientos de otras personas. No le importa el daño que causa o el
sufrimiento que inflige. Independientemente de si se trata de un total desconocido
o un familiar muy cercano, ya sea padre, hermano o hijo. En algunos casos, la
falta de empatía del narcisista puede ser tan acusada que llega a ser difícil
distinguirlo del psicópata. El riesgo de relacionarse con un narcisista aumenta
exponencialmente si ocupa una posición de poder sobre nuestras vidas, como
puede ser el caso de un jefe o un progenitor sobre un menor bajo su custodia.
Paradójicamente, se sabe que en el origen
de esta conducta patológica hay una completa falta de autoestima. La persona
siente que no tiene ningún valor y por ello se construye una especie de
máscara, una película auto-dirigida cuya protagonista es ella en el papel de
ser excepcional al que se debe rendir pleitesía sin contemplaciones. El resto
de personajes (las personas con las que se relaciona) deben anteponer los deseos
del narcisista a sus propios derechos y necesidades, por irracionales y
desconsiderados que éstos puedan ser (y frecuentemente lo son). La actitud del
narcisista es abusiva por definición: utilizará a quienes pueda, en lo que le
convenga, hasta extremos insoportables, para olvidarse de ellos cuando ya no
les haga falta, todo sin un ápice de culpa o misericordia.
La ira del narcisista, asimismo, es
devastadora. Un gesto tan simple como poner un límite razonable a una exigencia
abusiva, aunque se haga con la más exquisita educación y equilibrada
asertividad, puede ser el detonante de una venganza desproporcionada. Si está
en una posición de poder, esto deviene especialmente peligroso: despido
fulminante, mobbing, chantaje
emocional, difamación, cualquier medio es legítimo para vengar su ego dañado.
Si no lo está y nos vemos obligados a seguir manteniendo una relación con él, por
compartir por ejemplo ámbito laboral, tampoco debemos bajar la guardia. Si en
condiciones normales aprovechará cualquier ocasión de dejarnos en mal lugar
para destacar su valía, en caso de conflicto no cejará en buscar la forma de
hacernos daño, ya sea magnificando y divulgando cualquier fallo menor que
hayamos cometido o recurriendo, directamente, a la mentira más descarada.
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