Los desmanes del narcisista
Lo que leerán a continuación es un reportaje publicado en el periódico El País
el 11 de mayo de 2007, pero que aún tiene vigencia y puede ayudarnos a
comprender el narcisismo. Para más información les invitamos a leer la
sección que hemos dedicado en nuestro blog al tema de la psicopatía.
Es
una enfermedad psicológica individual y cultural cuyas víctimas, más
que los propios afectados, son las personas que se relacionan con ellos.
Según el mito, Narciso era un bellísimo y vanidoso joven de quien se
enamoró la ninfa Eco, a la cual despreció. El dolor por este gesto fue
tal que a Eco se le rompió el corazón y murió. Por haberla tratado con
tanta crueldad, Némesis, la diosa de la justa revancha, castigó a
Narciso haciendo que se enamorase de su propia imagen. Un día, al
hallarse inclinado sobre las aguas de un lago, vio su imagen reflejada y
se enamoró apasionadamente de su propio reflejo. Embelesado en la
contemplación de su propia imagen, al intentar acariciarla, cayó al agua
y murió ahogado, convirtiéndose entonces en una flor, el narciso.
En
lo individual, el narcisismo es un trastorno de la personalidad
caracterizado por una dedicación desmesurada a la imagen que la persona
crea de sí misma. Al narcisista le preocupa su apariencia y lo que de
ella se deriva: ser el más admirado, poderoso o deseado; ser el centro
de atención. Tiende a ser seductor y manipulador, con el objetivo de
ocupar ese ansiado lugar donde él se sabe protagonista. Se muestra
soberbio, arrogante, vanidoso, engreído, cínico y desdeñoso. Su enorme
ego le lleva a ser egoísta: compláceme y admírame es su lema. Actúa con
frialdad y se centra en sus propios intereses. Ensimismado e incapaz de
amar, vive preso en la jaula de sus sentimientos de grandiosidad, que le
aíslan de la relación auténtica, íntima y humana. Carece de la empatía
necesaria para sentir con los demás, para compartir el dolor y el
sufrimiento de otros seres humanos.
Además, tal y como muestra el
mito, el sujeto narcisista sólo admite un reflejo positivo procedente
del exterior. La opinión discrepante, la crítica o la llamada a que
asuma su responsabilidad ante la crisis generada por su acción insensata
no la acepta, y puede provocar represalias: desde la exclusión hasta la
violencia física hacia aquel que lo confronta.
El narcisista se
siente infalible y perfecto; él jamás se equivoca. Si al narcisismo le
añadimos además una buena dosis de paranoia (lo cual es habitual), el
delirio resultante puede dar lugar a la creación de las más aberrantes
conspiraciones para inculpar a otros y ganar tiempo en la escapada de
sus desmanes. Frente al discurso con el que se siente herido, el
narcisista cierra filas, utiliza la mentira y el insulto en lugar del
diálogo, o, lo que es peor, promueve la cruzada contra aquel que
cuestiona sus criterios.
En el narcisista, las fantasías de
grandeza y ambición desmedida conviven con profundos (y a menudo
inconscientes) sentimientos de inferioridad y, en consecuencia, de una
excesiva dependencia de la admiración y aclamación externa. Y es que
para el narciso el otro no existe como ser humano, sino que es un objeto
que está allí para complacerle, amoldarse a sus deseos y, cómo no,
darle siempre un reflejo positivo.
La prepotencia y la
arrogancia, síntomas de la personalidad narcisista, unidas a una
apariencia de gran seguridad e invulnerabilidad, han generado a lo largo
de la historia sujetos que en el ejercicio del poder han demolido su
entorno discrepante desde la tiranía y el despotismo. Hitler, Stalin,
Franco, Mussolini, Pinochet, Videla, Pol Pot, Mao Zedong, Karadzic,
entre otros, algunos de los cuales están pendientes aún de ser juzgados
por la historia. En sus delirios, ellos eran la verdad, los elegidos,
poseedores de una supremacía moral o biológica que justificó guerras y
atrocidades de todo tipo, y que fue amparada por otros sujetos que se
dejaron contagiar gustosamente por la enfermedad y sus beneficios. Y es
que, absorto en su idea de grandiosidad, el narcisista desconoce la
compasión, la justicia, el bien común y la responsabilidad, aunque
cínicamente y para su conveniencia haga de ellos su estandarte.
También
se puede hablar de organizaciones o incluso de sociedades narcisistas.
Un gobernante que desatiende las demandas de la práctica totalidad de su
población o que sacrifica su medio natural para obtener dinero son
ejemplos del narcisista que carece de la sensibilidad suficiente para
atender las necesidades humanas. Tal y como describía el experto en esta
enfermedad Alexander Lowen, "cuando la riqueza material está por encima
de la humana, la notoriedad despierta más admiración que la dignidad y
el éxito es más importante que el respeto a uno mismo, entonces la
propia cultura está sobrevalorando la imagen y hay que considerarla como
narcisista".
En definitiva, el narcisismo es una enfermedad
psicológica de la que podemos ser víctimas indirectas y muy sufridas en
lo individual y en lo colectivo. Frente a ella cabe la vacuna de la
prevención, que nace de la información sobre el proceder del narcisista
para evitar ser arrastrados por los fantasmas que nacen de su delirio,
manipulación y ambición. A los narcisistas siempre les queda la opción
de hacer un profundo examen de conciencia o ponerse en manos de un buen
psicoterapeuta; pero obviamente, y por desgracia, eso es harto difícil.
Leer para reconocer
El
libro 'El narcisismo. Una enfermedad de nuestra época', escrito por
Alexander Lowen, nos ofrece una aproximación completa, amplia y
sumamente ilustrativa de esta enfermedad. También 'La autoestima.
Nuestra fuerza secreta', del doctor Luis Rojas Marcos, aporta una visión
amena, lúcida y rigurosa no sólo sobre esta enfermedad, sino sobre las
dimensiones sanas y necesarias de la autoestima.
Álex Rovira es profesor de Esade, conferenciante y escritor.
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